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Por ALFREDO DE LA ESPRIELLA
Aunque pueda parecer todo cuanto detallo en esta memoria cordial de la vieja Barranquilla exageración mía por cariño y devoción por la ciudad, sepan que no lo es. Y personas que vivieron como yo muchas de estas comparaciones estarán de acuerdo, que, evidentemente nuestra capital atlanticense era polo turístico de la Costa Atlántica y uno de los más apetecidos por las gentes del interior que se venían a pasar sus vacaciones a la orilla del mar y a conocer Barranquilla que ofrecía muchas cosas interesantes y novedosas.Claro que no teníamos nevados, ni volcanes, ni tampoco reliquias coloniales. Pero, en cambio nuestra urbe cosmopolita ofrecía el encanto de una modernidad extraordinaria que muy pocas ciudades del interior gozaban. Nuestro barrio de “El Prado” constituía todo un sector residencial con mansiones que sorprendían, como ocurría con la mayoría de las viviendas, cuyas fachadas, jardines y estructuras paralizaban el tráfico, como se decía. Los bulevares, asimismo, brindaban el atractivo de su arborización que sorprendía, sobre todo en diciembre cuando empezaban los robles, las acacias y los matarratones a florecer, árboles de vivos colores encendidos que daban una pátina sorprendente cuya vegetación obligaba a todo turista captar con su “kodak” y retratar a parientes y amigos a la sombra de estos troncos agradecidos.No menos, las bongas, ceibas, samanes y pivijayes del Hotel del Prado. Un hotel de primerísima categoría, cuyas estrellas brillaban en este firmamento tropical con mucho brillo, pues, no había en todo el país otro de semejante belleza y ambiente. Vivía “full”. Su crédito imponía, y la fama que correspondía al prestigio de su cultura hotelera a la altura de los mejores del mundo. Inclusive, tenía piscina. Una atracción más, pues, también era única en Colombia. Aparte, por supuesto, del ambiente social que estimulaban sus propietarios y la empresa, especialmente, en Carnaval.Justamente, esta temporada de febrero se convertía en la más turística. Ya que nuestra fiesta tradicional alcanzaba fama nacional y aunque no había muchas facilidades como ahora para el transporte masivo, siempre los aviones de la “Scadta”, luego los de “Avianca” y aún los buques de la “Naviera” nos acumulaban aquí turistas que gozaban sorprendiéndose de esta fiesta excepcional que, desde 1942 cuando se creó el Comité de Turismo y Carnaval de la Sociedad de Mejoras Públicas, a través de esta entidad con prestigio nacional también empezó a promocionar la temporada de los cuatro días. Con excelentes resultados. Ya que se mostraba una faceta de la ciudad, típica graciosa, original con una suerte de espectáculos cuales en su género tampoco ninguna otra capital colombiana podía superar.Contábamos con parajes frondosos y atractivos, la “Avenida de Los Cocos” y las “Ceibas de Rondón”. Grande parte de las calles y principales arterias de la ciudad estaban pavimentadas en “Macadam”. Lo cual constituía entonces una novedad que sorprendía, y a nosotros también nos enorgullecía, pues, en su género había sido Barranquilla la primera ciudad pavimentada por este moderno sistema que empezó a aplicar las Empresas Públicas Municipales a partir de 1930.Eramos ya la Primera Ciudad Deportiva de Colombia. Más de dos mil turistas gozaron los III Juegos Olímpicos Nacionales admirando el fabuloso Estadio Municipal único también en el país, como la Piscina Olímpica en el Parque “11 de Noviembre”. Otro suceso de la época: la exposición permanente de productos nacionales. Personajes que llegaban de visita encontraban amplia acogida además en los dos clubes de la alta sociedad —”El Barranquilla” y el “Country”. No solo la edificación como el ambiente sorprendían por la elegancia y las excelentes condiciones y atenciones que proporcionaban los socios a sus invitados.Obligadamente, porque constituía todo un paseo turístico de categoría era llevar a tres sitios claves:Las “Bocas de Ceniza”. Impresionante paseo que dejaba “epaté” a todo turista que por vez primera en su vida veía el imponente paisaje de la desembocadura del Río en el Mar Caribe. La visita al Campamento de “Las Flores” era todo un suceso. Como ocurría también con los jardines del Acueducto Municipal. Sin ser un Jardín Botánico propiamente dicho, aquellas parcelas bien cultivadas con preciosas matas, plantas, arbustos y árboles de toda nuestra rica vegetación causaba gratísima impresión.Como no menos el paseo hasta el sitio de “Veranillo” donde estaban los hangares y oficinas de la “Scadta”. Rodeado, asimismo, de una arborización preciosa, la curiosidad de ir a ver los domingos amarizar los hidroaviones y compartir la felicidad que proporcionaba todo este centro de operaciones de la primera compañía comercial de aviación de la empresa colombo-alemana. Los paseos en los buques de Río, otro acontecimiento.Disfrutar luego las calles del “Prado” o del “Centro” con iluminación que sorprendía, cual constituía de noche todo un sortilegio. Los almacenes del “Comercio” con vitrinas decoradas e imponentes edificios como “El Palma”, “El Continental”, “El Eckardt”, “El García”, más la cordialidad de las gentes que se ganaban el aprecio y simpatía de todo mundo que visitaba la ciudad.En todas partes del mundo ha habido pequeños rincones, tabernas o tascas que la tradición respeta por algún motivo sentimental, y Barranquilla tenía, por ejemplo para los artistas, toreros y demás compañías que visitaban la ciudad, permanentemente, lugares de tanto linaje como el Café “Roma”, abierto de día y de noche. Y el famoso cabaret “El Jardín Aguila”.Como se sabe, los turistas, aparte de tomarse retratos al pie de estatuas o de alamedas y paisajes urbanos, buscan asimismo, los restaurantes y comedores donde saborear los platos típicos tradicionales. Y contábamos también con dos cocinas criollas de rechupete: el negocio del Negro Adán y el de la Negra Eduarda. Y, si queríamos todavía sacarle a la digestión más bicarbonato nos íbamos para Soledad, donde la Vieja Emelina, meca de las butifarras, las arepas con huevo, las caramañolas y los buñuelos; más pasteles, sopas de mondongo, sancochos de gallina javá.Y si queríamos brindar frutas tropicales de jugos exquisitos y baratas, además, para eso teníamos hasta en los propios patios de las casas aún las más pobres, los palos de guayaba, ciruela, mango, mamón, corozo, níspero, y si queríamos más, los vasos de esos jugos como los del peto, los guarapos helados, la chicha de arroz, la de guanábana, el masato.En Barranquilla, en 1926, se fundó la primera empresa de turismo que tuvo el país. La de Ramón Martínez Bermúdez. La cual llamó “Ramarbe”. Y puso a circular excursiones a todos estos sitios en cómodos automóviles con intérpretes para los turistas que no hablaban español, pero se comunicaban también con morisquetas. Y ni hablar del tren a Puerto Colombia que partía de la “Estación Montoya”.Las playas de este balneario como el de Salgar eran bellísimas. Y el ambiente, de primera. Si no, recuerden el “Motel Esperia”, el de “Tomasita” o el “Atlántico” para citar apenas unos cuantos que ofrecían como todos espléndidos servicios. Era este balneario, aunque ustedes tampoco lo crean, el favorito para todas las lunas de miel, pues, incluía la “Terraza Marina” que era como sentirse flotando en un paquebote turístico; y los sábados y domingos gozar con la orquesta de jazz. Así como las visitas a los buques de la “Grace”, cenar a bordo y comprar en los almacenes de lujo.
 
==Editores==